Lápices de colores en “Winnipeg”… Refrescos multicolores en “Los Distintos”, historias sobre el exilio.


“Y una  mañana todo estaba ardiendo

y una mañana las hogueras

salían de la tierra

devorando seres,

y desde entonces fuego

pólvora desde entonces

y desde entonces sangre.”

Explico algunas cosas

Pablo Neruda





Hace unas semanas fui a ver la obra teatral Winnipeg, de Laura Martel dirigida por Norbert Martínez de la compañía La Jarra Azul. Esta compañía lleva más de 20 años formando jóvenes en las artes escénicas. Con la producción de Óscar García Recuenco, actor, director y gestor cultural, Winnipeg es sin duda el mejor ejemplo de la madurez que ha alcanzado La Jarra Azul después de tantos años de trabajo imparable.


Cargada de recuerdos, de imágenes, de narrativa, la obra nos va guiando por un viaje de despedida, un final, un inicio. La guerra civil española otra vez como marco, otra vez como argumento, sí, otra vez.

Laia, su protagonista, nos cuenta en primera persona su experiencia como niña en un viaje hacia el exilio, un camino rudo, donde la muerte se asoma en cada esquina. No es casual, que sea ella, la Laia, quien nos los explique, este nombre está cargado de motivos. Laia, en Cataluña, es el diminutivo de Eulàlia, que en griego significa “la que habla bien”, “la elocuente”. Y, verdaderamente, Winnipeg, es una obra elocuente de principio a fin. Su puesta en escena apuesta por la narrativa, la oralidad, pero también por la combinación de imágenes muy potentes que irrumpen la narración para dejarnos imaginar, sentir. El espacio sonoro, creado por Nacho López, nos despierta, nos mantiene alertas, nos sorprende… Y a veces, hasta nos reímos. Y, me pregunto: ¿Te pueden arrancar la alegría de cuajo sin dejarte ningún vestigio? Creo que no.

La obra es un viaje, y yo salgo de este viaje conmovida, derrotada y al mismo tiempo con esperanza. Con una pequeñísima esperanza, mínima, al lado de la que debió surcar la sonrisa de Neruda cuando pudo salvar la vida de tantos españoles que subieron al barco llamado Winnipeg, rumbo a Chile.


Las acciones que podemos hacer para cambiar el mundo en momentos de crisis son determinantes. Aprovechar el poder, la posición que se tiene, los privilegios por ser un poeta reconocido, o un político del partido que impera, o simplemente una persona que aparta su egoísmo para regalar lo que más aprecia a otro, sólo para permanecer en su memoria, son gestos que atraviesan el argumento de Winnipeg.

Salgo vinculando lecturas, y recuerdo el artículo que escribí sobre La maternidad de Elna de Assumpta Montellà. Los colores, pienso, los lápices de colores de Laia, son la caja de hilos de colores de María García, una modista de Badalona, que antes de abandonar su casa y salir al exilio se lleva consigo su caja de hilos, curiosamente son estos hilos, verlos simplemente, los que la ayudan a superar el hambre, el frío, el dolor, en el campo de refugiados de Argelès.


Pienso en el maravilloso texto editado por Ekaré de Mónica Montañez: Los distintos, que me sacó lágrimas por encontrarme inesperadamente el nombre se Simón Bolívar en sus páginas, y reconocerme, ahora, también como parte de un exilio, incomparable, pero exilio al fin y al cabo.


Un libro precioso, que me hizo reencontrarme con esa Venezuela generosa que recibió a tantos migrantes, desde tantos lugares, en otras épocas. Y ahora, es un país que atraviesa una gran crisis migratoria, creo que los que crecimos allí, nunca lo imaginamos.


En Los distintos, la historia la narran también dos niños, Paquito y Socorritos, hermanos, hijos de un rojo en la España franquista. Leo el libro con mi hijo de ocho años y se alegra, él también, pero sin llorar, de que aparezca Simón Bolívar en el texto, de que se nombre a Venezuela, y yo me pregunto: ¿Dónde te tocará emigrar a ti, mi querido niño?


Pienso que tanta poesía plasmada, de incontables maneras, no basta para seguir diciendo: ¡Basta de guerras! Las personas anodinas, las personas que libramos nuestras pequeñas guerras cada día, los que construimos nuestros hogares como quienes hacemos un nido, no queremos seguir presenciando “la negación de la civilización” como define la guerra uno de los voluntarios del Casal de Barri Congrés-Indians, donde trabajo como gestora cultural desde hacer unos meses. Ricard, con sus noventa y tantos años, de vez en cuando entra a mi oficina, con una sonrisa escondida detrás de su mascarilla, intercambiamos piropos y me cuenta alguna de sus batallas. Me cuenta, que aún sigue escuchando los bombardeos, me pide valores, me suelta frases que apunto en mi libreta porque son de libro. Y es que Ricard era un niño cuando estalló la Guerra Civil Española, era un niño…


Paquito y Socorritos, como Laia, consiguen cruzar el gran charco y empezar una vida en América. En Venezuela, beben por primera vez refrescos de colores que hacen cosquillas en la lengua, y prueban frutas con sabores desconocidos. Siguen siendo distintos, pero ya no corren peligro. Me pregunto, otra vez: ¿Qué barco salvará a los niños ucranianos? ¿A las niñas Afganas? ¿A los Sirios? ¿A dónde nos tocará huir a nosotros si no paramos las guerras que nos resultan, ahora, ajenas?

Detalle de barco ilustrado por Eva Sánchez Gómez para Los Distintos

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