Tierra adentro…


El día 22 de diciembre recibí un bello regalo pre-navideño. Esa noche, después de un largo día de trabajo en Barcelona, hice una sesión de cuentos en el Pla de la Calma, un lugar en Cardedeu donde la narración oral ha encontrado regocijo y bienestar. Alicia Molina, narradora oral y activista cultural, es la artífice de esta programación que tiene fieles y amables espectadores.
Digo que esta sesión fue un regalo porque pude contar muchos de los cuentos que me han acompañado durante años. Pude contar con ese deje venezolano que tanto añoro y pude compartirlo con un público sensible y respetuoso. Personas que abrieron sus sentidos para entrar en cada historia por lejos que ocurriera de su entorno o de su cultura. Fueron ellos quienes hicieron de Tierra adentro una de las sesiones más especiales que he entramado. Fueron ellos los que me hicieron sentir en casa: en el Ávila donde crecí y en Cardedeu, donde vivo ahora. 



Entre los cuentos del repertorio, incluí uno de José Rafael Pocaterra que estoy segura viene a la memoria de los venezolanos por esta época del año. Es un cuento lleno de ternura y de crueldad. De cálida inocencia y vil sarcasmo social. Es un cuento con el que puedes reír y también inundarte de tristeza. Su protagonista es invisible para muchos y un estorbo para otros, es de esos que reciben el año en la calle, porque sobre sus cabezas soñadoras no existe otro techo que las estrellas. A ellos, les dedico mi versión de Panchito Mandefuá deseando que el 2018 nos regale la utopía de un mundo más justo, más humano, como diría Panchito: ¡Próspero 2018 Archipetaquiremandefuá!


Panchito Mandefuá
Panchito Mandefuá era un granuja billetero, nacido de fulanito con menganita. Como una flor de callejón. Chiquito andrajoso con una desvergüenza de nueve años, que creció haciendo mandados para llevarse algo de comer a la boca.

Como no tenía apellido muchachito inventor, quiso llamarse Mandefuá, porque le sonaba importante y refinado, así la gente creería que él era hijo de un musiú (monsieur) y no de cualquiera.

Se la pasaba con un fajo de billetes aceitosos y un paltó de cachemir cuatro tallas más grande que su delgado cuerpo. Pero con grandes bolsillos donde Panchito podía guardar infinidad de tesoros y un pequeño bolsillo interior que no tenía ni un agujero, orgullo para Panchito, donde escondía sus cigarrillos.  Sin embargo, lo que más preciaba Panchito de su paltó era que lo abrigaba en las frías noches callejeras de enero.

-¡Aquí lo llevo! ¡El número ganador, el que nunca falla ni fallando! ¡Archipetaquiremandefuá!!!

Archipetaquiremandefuá era la palabra que usaba panchito para pregonar los billetes de la lotería, y también para decir todo aquello que le gustaba, que le sorprendía, que le emocionara, que lo asustaba… O cuando necesitaba gritar a los cuatro vientos alguna palabrota… Entonces, archipetaquiremandefuá, encerraba una fórmula anarquista que resumía todas las protestas de su inventor.

Panchito iba una tarde calle arriba, calle abajo pregonando el número ganador como si estuviera viendo la bolita. Era la víspera de la noche buena y ese día estaba de buen humor porque había vendido cinco números enteros y seis décimos, se sentía millonario y pensaba irse esa tarde al circo o al cine para celebrar su triunfo. También quería comer hallacas, ensalada de gallina, pan de jamón y hasta podría alcanzarle para fumarse una cajetilla nueva de marlboros.

De repente se detuvo en una esquina y vio a unos cuantos bribones haciendo círculo alrededor de una niña. Como un héroe sonó: ¡Archipetaquiremandefuá!!!!!

Pero nadie pareció escucharlo. La niña lloraba mientras contemplaba cómo los granujas se comían una bandeja de dulces que se le había caído. Estaban tan buenos que lamían el suelo.

En eso llegó un agente y todos salieron corriendo, menos Panchito y la niña que se quedaron embobados mirándose hasta que el policía los mandó a desalojar la acera por donde pasaban con prisa los transeúntes.

-¿Qué te pasó?-Preguntó Panchito a la niña.-
-Que me tropecé y me caí, y se me cayeron todos los dulces…
-¿Cómo te llamas?
-¿Yo? Margarita.
-¿Y esos dulces eran para tu mamá?
-Yo no tengo mamá. 
-¿Y papá?
-Tampoco.
-¿Y con quién vives?
-Vivo en la casa de una señora que me recogió, trabajo para ellos.
-¿Y te pagan?
-¿Me pagan qué?
Panchito suspiró con ironía, otra cosa no, pero de derechos laborales él sí que sabía.

-¡Guá! ¡Archipetaquiremandefuá! Al que trabaja se le paga.

La niña respondió ofendida:
-Me dan la comida y la ropa. Y me enseñan a leer ¿Tú sabes leer?
-¡Archipetaquiremandefuá! ¡Claroooo!- Gritó Panchito mintiendo sin disimulo- Y además se de números.-Mostrando los billetes- Yo gano para ir al cine, comprar mi comida y fumar.
Dicho esto encendió un cigarrillo, por las dudas.
-Más que pagarme… lo que van a hacer es pegarme.-Rompió a llorar la niña otra vez.-
Panchito se llenó el pecho de generosidad y le preguntó:

-¿Cómo cuántos se te cayeron?
-Aquí tengo la lista-Sacó la niña un papelito arrugao y sucio del bolsillo de su delantal.
-¡Espérame aquí!

Archipetaquiremandefuá, salió Panchito con la bandeja en la mano, corrió calle abajo, calle arriba y un cuarto de hora más tarde estaba al lado de niña con el mandao hecho.           
-¡Mira! ¿Esto jué lo que se te cayó no es gerdá?
           
La niña se le abrazó al cuello y se le iluminó la carita sucia.
           
Panchito acompañó a Margarita hasta su casa, por si acaso se le volvían  a caer los dulces. Por el camino él aprovechó y le contó que tampoco tenía familia, pero que sabía ganarse la vida, que le sobraba la plata.
           
-Aquí es.- Dijo la niña llegando a una casa grande con portón.-
           
Se miraron como quienes se miran en un espejo limpio. Sin saber cómo despedirse.
           
-¿Cómo te pago yo?-Le preguntó la niña con tristeza.-
-Si me das un beso.
-No, no. Eso es malo.
-Archipetaquiremandefuá. ¿Por qué?
-Guá porque sí.

Pero no era Pancho Mandefuá a quién se convencía con un porque sí. Así pues que sujetó los hombros de la niña y le pegó un par de besos llenos de dulce travesura, y tal vez de todo lo que había robado en su vida, eso era lo que más necesitaba.

-¡Archipetaquiremandefuá!-Gritó la niña.-

Estaba como una amapola recién brotada. Cuando de repente de abrió el portón de la casa y la mandaron a entrar entre gritos e insultos.

Panchito se la quedó mirando… Y cuando al fin volvieron sus pies a la tierra, se dio cuenta que era un botarate. No le quedaba ni pa’ la hallaca de noche buena. ¡Quién lo mandaba! Archipetaquiremandefuá.

Sentía desconsuelo y al mismo tiempo loca alegría interior. No olvidaba en medio de su desastre financiero los ojos de Margarita.

-¡Qué carajo! El día de gastar, se gasta. ¡Archipetaquiremandefuá!

Con lo que le sobraba se fue al circo. Cuando salió del espectáculo iba distraído pensando en su menú: “un bollito, un café con leche… como mucho si me alcanza…” Y en medio de sus pensamientos se cruzó un cornetazo brusco. Después, un sonido sordo de esos que nadie quiere escuchar.

Y allí quedó, un cuerpecito frío cubierto con un paltó de hombre.

Cuentan que así fue como esa noche buena Panchito fue invitado por el Niño Jesús a cenar en el mismísimo Cielo.  ¡Archipetaquiremandefuá!
Cuento original de Jose Rafael Pocaterra. Versión de Irma Borges

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Imagen de la película The kid. Chaplin

1 comentario en «Tierra adentro…»

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