Le (doux) Supplice de la Planche ¿Para qué sirve un buen espectáculo?

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Ayer mientras veía el espectáculo Le (doux) Supplice de la Planche recordé para qué sirve un buen espectáculo.

Cuando estudiaba Artes en la Universidad Central de Venezuela la pregunta: ¿Para qué sirve el arte? Era como un fantasma que nos acechaba a los incautos estudiantes a la salida del aula, en los pasillos, en la biblioteca. Supongo que los estudiantes de estadística (nuestros vecinos de edificio) ni siquiera asomaron la idea de reflexionar sobre su valor en el mundo, o tal vez sí. Nosotros, los estudiantes de artes, lo hacíamos constantemente. Hasta el cansancio.

Me harté de la pregunta, me harté de la reflexión y de la búsqueda de justificación. El arte es como un perseguidor, quien tiene la sensibilidad hacia la producción estética aunque intente huir no lo consigue; la necesidad y el hambre de creación, lo sigue, no es tan racional como parece.



Ayer, mientras veía ese espectáculo maravilloso Le (doux) Supplice de la Planche, estéticamente cuidado, sencillo, bien dirigido, con una excelente técnica. Ayer mientras veía los cuerpos de los tres actores arriesgando en escena, volando, traspasando límites, manteniendo sus caracteres; creando tensión y diversión. Entendí una vez más, que por más teoría que leamos, por más que justifiquemos, la verdad de para qué sirve el arte se siente cuando crees que no puedes con el mundo y de pronto un espectáculo te saca de tus pensamientos, te reanima y te devuelve una mirada más verdadera. Sirve cuando después de aquel tiempo de evasión tan saludable e indispensable, consigues sobrevivir a cualquier batalla por más que la des por perdida.

Hace poco una amiga me preguntaba cómo podía saber si un espectáculo era bueno o malo. Los que intentamos hacer crítica y los creadores nos valemos de parámetros, del conocimiento de algunas disciplinas, de la técnica y de la valoración de los procesos de producción del arte. Sin embargo, si un espectáculo consigue que un colectivo siga su propuesta con la mirada perdida en ese otro mundo que se sugiere, ya es mucho. Ha conseguido comunicar. Comunicar como lo ha hecho esta compañía francesa, hablar de encuentro, de desencuentro, de intimidad, de complicidad, de riesgo, de amistad, de rivalidad, de conexión, de fuerza y fragilidad,  todo esto sin decir una sola palabra. Saber si es un “buen espectáculo” va más allá del “me gustó” o “no me gustó” cuando un espectáculo es “bueno” no se discute, es como una emoción, no hay equívoco.



Volviendo al ejemplo de esta compañía francesa intentaré reflexionar sobre una posible respuesta para mi amiga: estás sentado en tu silla, incómoda y rodeada de personas que hablan, aún así consigues concentrarte, ves cómo tres artistas arriesgan, re-interpretan y modelan sus cuerpos en función de una técnica (circo) y el tuyo (tu cuerpo) se deja llevar y se olvida de la realidad que aprisiona su pensamiento, entonces dulcemente, aparece la catarsis como única contestación.

La catarsis es sutil como un pájaro que se posa en tu hombro. Se siente levemente y cuando bate sus alas se despliega emocionada.  Es ese tránsito entre una emoción y otra. Es un masaje para el alma.

¿Para qué sirve un buen espectáculo? Para sentir. ¿Cómo puedes saber si es bueno o malo? Si te ha cautivado, has viajado y has vuelto diferente, probablemente sea un buen espectáculo.

Gracias, Le (doux) Supplice de la Planche por conseguir una vez más que me emocione una puesta en escena.

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