En la víspera de la llegada de los Reyes Magos, os regalo un cuento para ilustrar eso que tantas familias venezolanas vivimos.
Irma Borges
Cada mes mi mamá y yo armamos la caja para enviar a mis primas que viven en Venezuela. Esa palabra está llena de misterios. Venezuela. Sé que fui una vez, por las fotos que hay en mi álbum. Yo tenía un año y cinco meses.
Ya han pasado cinco años, y como tengo memoria de elefante, cuando estoy tranquilo, en mi cabeza aparecen imágenes de cuando estuve allí: en el patio de la casa de mis abuelos había árboles y flores. Recuerdo las matas de mi abuela, sobretodo la que ella llama “monedita”. Ella me dejaba desgranar sus hojas entre mis manitas. Hace poco compramos una igual para nuestra casa. Cuando la toqué me vino el recuerdo y le dije a mi mamá:
— ¡Esta la tiene la abuela Yola en su casa!—mi mamá me abrazó y se puso a llorar.
También recuerdo a mi abuelo Emiliano diciéndome: “Come lentejas, come lentejas”. Él se murió. Mi mamá lloró mucho. Llora mucho.
Quiero ir a Venezuela, subirme en el árbol de mango del patio de mi abuela, recoger piedras y palos para hacer armas de primitivos y cabañas. Quiero jugar con mis primas. Todos los años las invito a mi fiesta de cumpleaños, pero no pueden venir. Entonces, después, cuando hacemos la caja, metemos dentro una bolsita para cada una con caramelos, jugueticos y globos.
Este año he tenido una idea: quiero meter los globos inflados. Para mi cumpleaños compramos una bombona de helio, que es una substancia que hace que los globos vuelen, con lo que sobró, los podríamos inflar. Los globos saldrán volando cuando abran la caja. Mis primas se llevarán una sorpresa. ¡Una sorpresa bomba! porque ellas llaman a los globos: bombas.
Mi mamá me dice que eso no se puede hacer y comienza a meter todo dentro de la caja: jabones, cremas dentales, las camisetas que yo mismo elegí para mis primas en el centro comercial, bombones, las medicinas para la abuela y para el tío Oscar que tienen la tensión alta, desodorantes y los cotillones de mi cumpleaños. Me da rabia, yo me había imaginado una caja especial, llena de colores, que cuando mis primas la abrieran se pusieran bien contentas.
—No se puede—repite mi madre.
No se puede ir, no pueden venir, no me pueden enviar cartas ni dibujos, no caen las llamadas, no se puede esto, no se puede aquello. Estoy harto. Los globos desinflados no tienen gracia.
Mi mamá me explica que no podemos mandar nada “inflado” que mejor dibujemos unos globos en la caja, que seguro nos quedará bien chévere, esa palabra le encanta. A mí también. Como estoy enfadado le digo que no. Me voy a mi habitación y me pongo a pensar.
Yo quisiera ir a Venezuela en globo aerostático y llevar yo mismo la caja. Eso sí sería “la bomba”. A veces cuando me pongo a imaginar me vienen ideas geniales.
Vuelvo al salón y levanto la caja con todo el peso, la llevo a mi habitación y mi mamá empieza a perder la paciencia:
—Alex, ¿qué haces?
Como siempre cuando tengo una idea muy buena y no quiero que mi mamá la sepa, respondo:
—Nada.
“Gota a gota se llena la… ¡Bomba!”. Desde la habitación grito:
— ¡Mamá!
Ella abre la puerta. Señalo hacia la ventana. Mi mamá abre los ojos y comienzan las lágrimas.
—Mamá, no te preocupes, seguro llegará. ¡Las primas se pondrán tan contentas!
Me abraza, nos sentamos en el suelo de mi habitación. Desde allí vemos alejarse la caja rodeada de globos y bombas de colores rumbo a Venezuela.
Ese lugar donde queremos que llegue la caja rodeada de globos y bombas