Días que vuelan

Ciegos humanos, semejantes a la hoja ligera, impotentes criaturas, hechas de barro deleznable, míseros mortales que, privados de alas, pasáis vuestra vida fugaz como vanas sombras, o ensueños mentirosos, escuchad a las aves, seres inmortales y eternos, aéreos, exentos de la vejez y ocupados siempre en pensamientos perdurables.

Las Aves de Aristófanes.

Como pasan los días, hacemos tantas cosas que, el otoño pasó delante de mí sin poder observar el caer de las hojas, sin ver una bandada de pájaros pasar. Entró el invierno, frío, pero luminoso y llegó el 2022. Muchos meses sin escribir por aquí. Imagino que si esto fuese mi huerto, mi conuco, ahora estaría helado y desierto. Así que empiezo el año arando la tierra.

Del último trimestre, que fue realmente excesivo para mí, hay una experiencia me gustaría contar, señalar, rescatar de esos días llenos de cansancio.

Estos últimos meses he estado trabajando en Barcelona. Desde mi casa hasta el lugar de trabajo tengo aproximadamente 1h y 15 minutos, de ida y de vuelta, cuando todo va bien. En octubre hubo una huelga de trenes importante (la más seria que he presenciado en España desde que vivo aquí) y las cosas no fueron bien por unos cuántos días.

Estresada, después de un día loco de trabajo, llegué a la estación con la esperanza de esperar y encontrar un tren. Pero la pantalla decía otra cosa. No sabía cómo volver a casa. Mientras buscaba soluciones, un chico se acercó a mí. Tenía un acento extraño. Me preguntó directamente si iba a Cardedeu. La casualidad me hizo sospechar. ¿Cómo sabe que vivo en Cardedeu? Le dije que sí, que iba a Cardedeu, pero que estaba tratando de solucionar mi vuelta. Entonces, el chico me dijo que a él lo vendrían a buscar y si yo quería podía ir con ellos. Sospeché más. Le dije que me diera tiempo para hacer alguna llamada. Mientras yo enviaba mensajes por WhatsApp en plan “me está pasando esto y qué hago” el chico siguió preguntando a otras personas. Personas de diferente edad, sexo, estatura, color de piel… en fin… a otros. Lo observé y le dije:

—Sí, voy contigo. Gracias.

Finalmente éramos tres chicas y el chico. Subimos a la superficie, allí sacamos nuestras mascarillas con reserva, mantuvimos la distancia (de inseguridad) y hablamos.

Yo soy muy habladora, hablo y hablo y hablo. El chico me dijo que venía de ensayar en La Central de Circ, y claro, ya mis dudas, esas que se asoman con desconfianza cuando estás con desconocidos, se callaron.

— ¿Y qué técnicas haces? ¿Y con quién trabajas? ¿Y qué ensayas? … Bla bla bla…

Sait Tamir, trabaja con dos queridos amigos de circo Nacho López y Tanja Haupt, es parte del Colectivo TQM y participa en un espectáculo precioso que un mes tarde pude ver: VoloV.

VoloV, como dice su sinopsis, es un barco en constante movimiento. Una nave que se traslada de un paisaje a otro. El viaje como camino a uno mismo, como vehículo para conocer a los otros. Una metáfora del recorrido emocional que es la vida. Buscan otros mundos, otras maneras.  Y está inspirado en la obra clásica Las Aves, del dramaturgo griego Aristófanes.

Aquel día sin tren terminó bien gracias a Sait. Estuvimos sentados en una furgoneta: cinco personas diferentes: él, alemán que vive en Cardedeu; un sevillano-catalán-titiritero que nos vino a rescatar en su furgoneta (más casualidades), una catalana de origen andaluz, una chica tímida de un país que con frecuencia olvido que está en el continente donde nací, Paraguay. Y yo, venezolana que justo esos días cumplía 20 años viviendo aquí.

En esa furgoneta viajaba el cansancio, la frustración y también el buen humor, la curiosidad, la alegría, el agradecimiento. Viajaban acentos e historias, viaja el guaraní, el alemán, el catalán y el castellano. Viajaron personas que superaron su miedo al otro, y se dejaron llevar por Sait a un viaje amable y resiliente.

Llegué a mi casa pletórica, confiar es de humanos.

Cuando vi VoloV me emocioné mucho, porque las personas que vi en escena nos estaban regalando un viaje auténtico. Nos dejaban adivinar relaciones, intuir lugares, nos llevaban de la mano y con cariño hacia una experiencia integradora y bonita. Es un espectáculo con una mirada transparente.

Emanaban confianza, eso que Sait nos regaló aquel día sin trenes.

Gracias.

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