Adrián Schvarzstein: Frágil corazón de roble


“En el mundo estamos para hacer lo que nos gusta y para vivirlo bien. 
Luchar por lo que quieres y conseguirlo”

Adrián Schvarzstein

Adrián Schvarzstein es actor y director de teatro de calle, circo y ópera. Los que hemos compartido parte de su trayectoria artística sabemos que es imparable, incansable y constante.  

Cuando le escribo no le pregunto cómo está, sino, dónde. Su respuesta es siempre diferente. Hoy en su cincuenta aniversario mientras algunos leéis esta entrevista, él, como no, está subido en un avión rumbo al continente que lo vio nacer.

¡Felicidades Adrián! ¡Salud y vida!

 

¿De dónde viene la semilla de hacer teatro en ti?

Yo tengo una imagen: De niño en Italia, voy a un centro lúdico para niños que hacen actividades donde te vistes, haces personajes, te conviertes en otro. Y mí me encanta este lugar. Me queda el trauma de que mis padres no tenían dinero para pagarme ese centro lúdico, por lo tanto, no pude participar. Yo tengo esa imagen muy metida, aún ahora, son de esas cosas que te quedan. Y dije: “Algún día tendré que hacer eso”.

Después hay otra cosa: en el teatro trabajas sobre la observación de los otros. Nosotros siempre hemos sido una minoría. Quiero decir: emigrantes argentinos que llegan a Italia; judíos que llegan a una sociedad totalmente católica… Mis amigos y yo jugábamos fútbol en el patio del seminario y luego tocaba catequesis para prepararse y hacer la comunión. Yo entraba con ellos. Entonces, venía el cura y me decía: “No, tu sal. Esto es sólo para los cristianos”. Y yo no entendía porque era un niño que quería estar con sus amigos… Allí te vas dando cuenta. Yo le llamo marginación positiva porque nunca lo he sufrido. Eso te crea una necesidad y el teatro puede ser una muy buena solución.

¿Dónde germinó esa semilla?

Luego, en Barcelona. En la Escuela Italiana de Barcelona llega un profesor sustituto: Josep Cervelló. Una persona innovadora, joven, y decide hacer teatro.

Yo era muy rebelde, yo era muy tremendo en la escuela. Tenía problemas de disciplina. No porque era un gamberro. Simplemente, mi gamberrismo venía de no aceptar las reglas que yo veía absurdas: “¿Por qué no puedo tomar un té durante una clase? ¿En qué molesta?” Entonces yo sacaba mi termo y tomaba té. A éste hombre eso le gustaba. Todos me castigaban y éste no. 

Cuando propone hacer teatro, a mí me pareció fabuloso. Pasó que uno de los que tenía un papel se enfermó y me dijo: “¿Por qué no lo haces tú?” Tuve que improvisar el papel, porque yo más o menos me lo sabía. Tengo una imagen: Eran Los reyes malditos de Maurice Druon, y había una escena en la que el rey le decía a uno de sus ministros, que era yo: “Por favor, siéntese” Y no había silla. Se habían olvidado de poner las sillas, y me acuerdo que mi reacción fue: “No hay silla”, pasó de ser una escena dramática a cómica.  Eso me encantó, me encantó eso de la improvisación. Hay que incorporar el accidente, eso para mí ahora es básico.

Ésta digamos fue la segunda etapa. La tercera etapa es el momento en el que yo estudio en Israel arqueología.  Busco un trabajo y me ofrecen ir a trabajar en un teatro, de lo que se llama: “factótum”, que era: descargar el camión, montar escenografía, pintar el teatro, cablear luces… y allí aprendo lo que es el oficio. Todo lo que hay detrás.

Un día me doy cuenta que esto me gusta más que lo que estoy haciendo, que era estudiar arqueología, y me pongo a estudiar teatro en la universidad, haciendo carrera simultánea con arqueología. Todo se interrumpe con mi famosa operación (cirugía de una válvula cardíaca). Después, decido: No. Ahora que he vuelto a revivir, ahora que sé lo frágiles que somos, voy hacer lo que más me gusta. En el mundo estamos para hacer lo que nos gusta y para vivirlo bien. Luchar por lo que quieres y conseguirlo.

¿Cuáles son los abonos que usas para que la planta, del teatro, siga creciendo?

Hay una cosa fundamental: arriesgar y experimentar. En el momento en que tú dejas de experimentar, la planta deja de crecer. Hacer locuras: cuando digo locuras me refiero a proyectos imposibles. Y luego, hacer algo contemporáneo, que es lo transversal, mezclar. La mezcla de todas las artes para poder jugar. Creo que el éxito que estamos teniendo, por ejemplo, con Música Fugit, es una abertura innovadora dentro de la música antigua. Lo mismo en el circo, cuando hicimos Circus Klezmer, no se hacía circo teatral en España y ahora Cataluña exporta circo teatral a todos lados. Teatros que antes ni se imaginaban que iban a programar circo se abrieron a programarlo. Se abren puertas. Si otros miran esa planta, las semillas se esparcen. 

Escenas de Circus Klezmer
¿Cómo haces para abrir esas puertas?

Hay un argumento que funciona mucho, por ejemplo, en la ópera: estuvimos en agosto en el Oude Musiek Festival en Utrecht, es el festival más grande del mundo en música antigua, significa desde medieval hasta 1750… Final del barroco, hasta Motzar. Trescientos conciertos hacen, todos los más grandes: Jordi Savall, Jaroussky, Christina Pluhar… Cuando tú presentas un proyecto a este festival ya hay una pequeña puerta que se abre. Cuando tu le dices cuál es el público que tienen… Entonces argumentas: ése dinero público con el que se hace este tipo de festival, tiene que volver al público que lo sostiene. Cuando les hablas de abrir a otros públicos, usar espacios no convencionales, lo que les da es miedo. Después… lo que ha pasado ahora, es que el director de este festival terminó llorando y abrazándonos y diciendo: “Yo tenía mucho miedo de este proyecto, pero ahora veo que es necesario”. Espero que el año que viene y el año después y el año más tarde se sigan haciendo proyectos con música antigua para todo tipo de público. Allí es cuando la puerta se abre.
Hay una cosa muy divertida: desde el punto de vista físico yo soy muy bueno abriendo puertas. El otro día estabamos en la puerta de un teatro, estaba cerrada, la persona que tenía la llave no venía, teníamos que entrar para cambiarnos. Yo agarré una escalera, me subí al primer piso, abrí una ventana, entré y abrí la puerta. Cuando encontramos una puerta cerrada hay que buscar la forma de abrirla.

Poder abrir puertas sabiendo que vas a tener éxito. Sino, las puertas se pueden cerrar también. Para eso cuando trabajas hay que pensar en el público, no en qué va a querer el público, sino, qué vas a provocar en él. Aquí entran todos esos elementos que funcionan: el ritmo, la estética… la historia. ¿Qué le vamos a contar? Y allí hay que hacer hincapié en dramaturgia. Algo que empezó contigo. Yo lo tenía intuido con mi experiencia en Ronaldo; pero Irma, famosa escena en el proceso creativo del Klezmer donde me dices: “No hagas de Hitler” / “Pero se van a reír” / “Sí, pero ¿qué se van a llevar a casa?” La imagen de Hitler, no la del shtetl, la vida, la boda, la locura, la libertad. Eso es lo más importante: el mensaje. Dramaturgia. Gracias.
¿Cuáles son las herramientas básicas que usas en tu trabajo creativo?

Trabajo con la gente que me gusta. El equipo que trabaje contigo es el encargado de hacer crecer la planta. Esto es mucho más importante que las capacidades técnicas. A veces dices: “para hacer crecer esta planta vamos a traer el mejor cantante” Y yo digo, okey. Pero el cantante se adapta, o si no, puede ser un cáncer. El ejemplo, en el proyecto de Oude Musiek en Utrecht, al director musical se le ocurrió llamar a Emma Kirkby, ella es como llamar a John Lennon de la música antigua. Le dije: “Sí, pero ensayos como todo el mundo y no va a cobrar más que los demás”. Ella respondió a las condiciones y es… impresionante. Ha sido impresionante trabajar con ella.

¿Cuáles son los frutos más importantes de tu trabajo?

Hay tres proyectos fundamentales: Circo Ronaldo, porque fue una gran oportunidad. Luego el Circus Klezmer, con todo lo que conlleva: Irma en dramaturgia, Miri en escenografía, Marcel… amigos. Y después: The Greenman porque es esa aventura loca que empezó a tomar sentido y que después de veintidós años lo sigo haciendo con la misma emoción, también con el mismo miedo. No sabes qué va pasar, y eso me encanta porque me mantiene muy alerta. Y aparte me ha llevado a lugares impresionantes. Nunca me hubiese imaginado que este tipo de personaje, este tipo de locura, este tipo de anarquía me llevara a ganar un premio: Anarco-clown, en Alemania. O que me llevara a Kuwait. Sociedades muy conservadoras. Yo he estado ahora y puedo decir: “Sí, la gente es igual en todos lados”.

 The Greenman
¿Con qué árbol te identificas?

Con la quercia, en italiano; roble en español. Me gusta muchísimo este árbol, las raíces, la fuerza. Es un árbol que me imagino que un huracán que no se lleva. En mi jardín, yo pondría éste en el centro, además da una sombra muy bonita, tiene esa fuerza. Y crece poco a poco.

¿Qué valores siembras?

 Me encanta la idea de la apertura, de la libertad, de la tolerancia.

¿Frutos que recoges?

Amistad. Yo vivo en la calle Amistat. La parte más enriquecedora de nuestra profesión es la parte humana.
 En algún aeropuerto en los tiempos de Dans 
¡Gracias Adrián!

1 comentario en «Adrián Schvarzstein: Frágil corazón de roble»

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