Yelitza González: un patio muy fértil

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Yelitza González se define como titiritera y docente. 
Yo que trabajé con ella en Teatro Naku  puedo dar fe de su disciplina. 
Es una persona metódica y creativa, una combinación que se ve reflejada en sus creaciones.



Viajar es un abono importante para cualquier ser humano porque permite conocer otras culturas y confrontarte con personas diferentes a ti, eso amplía la visión del mundo y de tu oficio.
                                                                                                                       Yelitza González 




¿De dónde viene la semilla de la creación en ti?

Yo en estos últimos dos años he estado pensando de dónde viene mi interés por las artes, porque en mi familia no hay artistas. Creo que tiene que ver un poco por esa pasión que siente mi mamá por las letras. Mi mamá estudió letras, pero no terminó. Y a partir de allí, ella nos inculcó mucho la lectura. Yo creo que la lectura alimenta la imaginación. Soy muy visual, y todo lo que escucho se convierte en imagen. También viene del corazón. Siento que cuando creo no me guío por un método específico, sino, por algo que me nace de la intuición y por la energía que me dan los objetos, las telas… el material con el que esté trabajando. 


¿Cómo germina esa semilla?

En el IUDET (Instituto Universitario de Teatro de Caracas) antes de empezar mis estudios no lo tenía concientizado. Toda mi creatividad germinó a partir de mis estudios allí. 

¿Cuáles son los abonos que usas en la creación? 

Lo tropical, el mar. La sonoridad del mar. La risa. La observación, me apasiona descubrir que todo tiene un ritmo. Al observar te das cuenta de que cada persona tiene un ritmo, un color, una cadencia. La observación es uno de los abonos más importantes que yo tengo. Y otro abono es la perseverancia. No sólo la disciplina, sino la perseverancia que es la que va más allá de los obstáculos. 
El hecho de poder viajar es otro abono importante, tanto cuando trabajaba en Teatro Naku, como en mis viajes personales. Viajar es un abono importante para cualquier ser humano porque permite conocer otras culturas y confrontarte con personas diferentes a ti, eso amplía la visión del mundo y de tu oficio. 




Para el agricultor, su herramienta puede ser su pala, su pico, fumiga su huerto… ¿Cuáles son tus herramientas de trabajo?

Una de las herramientas más importante es el barro, el papel, la cola. 
También hay que fumigar nuestro huerto, de personas que no tienen los mismos valores que nosotros. La gente que se queja, que critica el trabajo del otro, sin ser constructivo. 
Hay personas que a veces no tienen el conocimiento, pero si la motivación, el interés, la responsabilidad. Allí hay que utilizar una especie de cincel para moldear esa motivación, esa creatividad. 

¿Qué frutos sientes que has cosechado con tu trabajo? 

Muchas satisfacciones a nivel personal. Uno crece mucho cuando tienes tantos años dedicado al teatro, al teatro de títeres. No es fácil aceptar las críticas, pero si sabes verlas de forma positiva puedes fortalecer y mejorar tu trabajo. Puedes usarlas para tu crecimiento personal. Los frutos son los años de experiencia, los aplausos, la sonrisa del público, la sorpresa de la gente cuando ve una propuesta diferente y alguien te dice: “¡Guao, no sabía que se podía hacer eso con títeres!”. 
En este momento siento que un posible fruto sería crear una metodología de trabajo a nivel educativo. Yo soy docente de títeres. De unos años para acá tengo mucha consciencia de la importancia de los títeres en el aula. Cómo los estudiantes de pedagogía pueden generar contenido a partir del títere. Pueden trabajar matemáticas, ciencias, castellano. Eso es uno de los frutos más importantes, ver a mis alumnos dando clases, viendo el títere como una herramienta pedagógica, respetando al títere. 

¿Qué metáfora de la naturaleza usarías para identificar tu espacio de trabajo? 

Mi espacio sería muy fértil, el patio de mi casa en Margarita. No era muy grande pero era muy fértil: teníamos ciruela de huesito, jobo, patilla, limón, auyama, maíz. Había mucha diversidad porque la tierra era muy fértil.  Allí todo lo que sembrabas de daba. 
Si fuese un árbol sería un bambú, porque es muy flexible y es muy limpio, muy suave, no te lastima al tacto. O me imagino un bonsái porque en este momento trabajo sola y obras minimalistas. Por eso ahora  disfruto mucho con el Teatro Lambe-Lambe, porque aunque puede ser un trabajo colectivo, puedes crear desde tu propia acequia.




¿Qué valores siembras?

El trabajo en equipo, el respeto hacia la diversidad. En los últimos años he intentado trabajar temas ambientales. La responsabilidad que tenemos como artistas y docentes en la construcción o trasformación de un planeta más sano del que tenemos actualmente. 
El amor al títere, a ese elemento que vas construyendo poco a poco a partir del barro, del papel. Es como si fuese un hijo, que lleva un proceso. Me pasa que los estudiantes quieren construir los personajes de forma inmediata.  Creo que hay que cultivar la paciencia. Cuando te dedicas a la construcción en el Teatro de Títeres, después de la construcción de los personajes es que viene el proceso de creación de la puesta en escena, el diseño de luces, la producción. Muchas veces esto puede ser paralelo, pero en otros casos no. Para eso hay que tener mucha paciencia. 

¿Qué frutos recoges con esos valores? 

La gratitud, el amor, la amistad. La felicidad de ver esos “arbolitos” por allí generando sus propios frutos.  Cuando ves que las personas que has ido formando siguen trabajando con los títeres, y respetando el títere, eso es una forma de sentirme que he hecho bien mi trabajo. Eso me da mucha satisfacción y alegría. 


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